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Descorchando la inhibición

A lo largo de los años, Agar y yo hemos descubierto que algunas de nuestras experiencias sexuales más memorables, ya sea acompañados por alguien más o no, han estado acompañadas por unas copas de vino. Aunque no todas, hemos acumulado suficientes vivencias como para afirmar que el vino tiene un impacto positivo en nuestra energía sexual

El vino es un factor constante en nuestras vidas, tan esencial como la carne, el café y el agua, elementos que siempre se encuentran en nuestra cocina. Y no somos los únicos que lo consideramos así. Muchos conocidos y amigos, bien sea dentro de la no monogamia consensuada o fuera de ella, han experimentado una sensación de desinhibición, relajación y bienestar general después de unas copas de vino, siempre consumido con moderación y como preludio a una buena sesión de sexo.

El vino tiene un efecto afrodisíaco en nosotros. No queremos decir que sea indispensable para encender la llama del deseo, pero cuando esta aromática y deliciosa bebida, resultado de la fermentación del jugo de uva, se suma a nuestros encuentros sexuales, la satisfacción suele ser aún mayor.

Por ello, es habitual que optemos por unas copas de vino cuando tenemos una cita con algún nuevo toro o aliado sexual, sabiendo que nos ayudará a sentirnos más dispuestos y juguetones. En mi caso, uno de los primeros signos de que el vino está surtiendo efecto es que mi mente se vuelve repentinamente más creativa y empiezo a notar una erección en aumento.

Aunque hasta este punto he estado hablando en representación de ambos, Agar no comparte exactamente la misma respuesta que yo, especialmente cuando se trata de intimar con un hombre que no sea yo. Aunque pueda sentirse sexual con solo un par de copas de vino, también necesita que la botella de vino venga acompañada de conversaciones con un tono sugerente para que pueda ser llevada más fácilmente hacia la excitación.

De hecho, Agar reconoce que los encuentros sexuales con terceros son más placenteros con algo de vino en la sangre, ya que esto reduce las inhibiciones y la vergüenza que aún, a pesar del paso de los años, experimenta antes de permitirme verla intimar con alguien más.

Agar me ha confesado que un par de copas de vino pueden liberar sus deseos más reprimidos. Es decir, evidentemente, ella disfrutará más del sexo al sentir más libertad para jugar, lo cual, a su vez, me permitirá disfrutarlo más si ella se siente igualmente libre y apasionada.

El vino, cómplice perfecto de nuestras veladas

Lo curioso es que hace apenas cuatro años, ella apenas podía probarlo. Conocí a Agar a través de una amiga en común, y en nuestra primera cita no hubo nada de alcohol. De hecho, empezamos a incorporar el vino gradualmente a medida que avanzábamos en nuestros encuentros sexuales, hasta el punto en que, de manera inconsciente, pasábamos por un par de botellas antes de encontrarnos.

Una vez envueltos en nuestro romance, descubrimos juntos una nueva pasión por el vino y sus poderes embriagadores. Las noches se convirtieron en un festín de sabores y sensaciones, mientras nos entregábamos a la exploración mutua con cada sorbo. El vino se convirtió en el cómplice perfecto de nuestras veladas, potenciando cada encuentro con una sinfonía de placeres sensoriales que nos llevaban a explorar los límites de nuestra conexión.

Pero fue después de una caminata de senderismo en alguna de las montañas de Tenerife cuando nuestra relación con el vino tomó el camino que nos ha traído hasta convertirme en un ciervo, o en lo que muchos conocen como un cornudo dominante.

Mientras brindábamos por el amor y la aventura, compartí con Agar una fantasía que había estado ardiendo en mi interior durante años: la excitación de verla en intimidad con otro hombre. Para mi deleite, Agar no solo aceptó mi propuesta, sino que también confesó que había soñado con la misma experiencia. Fue fácil. Agar y yo tenemos una relación basada en la comunicación y eso lo hizo mucho más sencillo. No me sorprendió su rápida respuesta porque conozco perfectamente su historial y su actitud positiva hacia el sexo, sin importar la manera en el que se le presente.

Agar es una mujer que se presenta como toda una dama ante la sociedad, pero tras cerrar la puerta de nuestro hogar, revela su verdadera esencia. No es una persona santurrona; a lo largo de su vida ha vivido y experimentado sin restricciones. Ha compartido momentos con quien ha deseado y ha explorado diversas facetas de la vida, sin embargo, nunca antes había incursionado en el placer de las experiencias sexuales que involucran a más de dos personas, al menos hasta conocerme.

Para Agar, mi confesión representó un alivio, un cumplimiento de sus expectativas más profundas. Saboreó la promesa de que, conmigo, podría disfrutar plenamente de aquello que en el pasado le había sido esquivo. Anteriormente, quizás por falta de apoyo de sus parejas o simplemente porque no se había permitido ser completamente ella misma, Agar había dejado en pausa su verdadera naturaleza sexual.

A partir de ese momento, nuestra relación se transformó en una odisea sensual, en la cual el vino y el sexo se entrelazaban en una danza de placer y excitación. Juntos, exploramos los límites de nuestro deseo, entregándonos a encuentros íntimos con otras personas, la mayoría de ellas hombres, siempre bajo la influencia cómplice del vino. Las copas de vino se convirtieron en testigos silenciosos de nuestros juegos eróticos, potenciando cada caricia y cada gemido con su sabor embriagador.

Roberto, nuestro primer cómplice sexual

Después de una larga noche en la que hicimos el amor una y otra vez, como si el mundo estuviera a punto de acabarse, tuvimos la conversación que nos llevó a estar con Roberto, nuestro primer compañero sexual. Contactamos a Roberto a través de una red social de contactos para adultos, y dos días después nos encontramos para tomar un par de copas de vino en un restaurante muy bonito.

Agar no habló mucho, pero lo suficiente como para hacerle saber a Roberto que había una conexión suficiente para que él fuera nuestro primer toro, el primero en hacerla suya desde que yo formo parte de su vida, el primero en intimar con ella mientras yo observaba. La charla fluyó con naturalidad. Roberto siempre fue amable y receptivo a nuestras preferencias, mostrándose dispuesto a explorar lo que realmente nos interesaba.

Desde el principio, planteó preguntas y respondió las nuestras, dejando claro su heterosexualidad. Compartió algunas anécdotas interesantes y nos reveló que disfrutaba especialmente de las situaciones con maridos complacientes. Cuando la conversación entre los tres alcanzó un punto en el que los nervios desaparecieron, aproveché la oportunidad para dejarlos solos por un momento mientras iba al baño.

Al regresar, noté algunas risas que confirmaron que Agar se sentía cómoda, algo fundamental para mí. Después de la velada y una botella de vino vacía, nos despedimos y quedamos en encontrarnos dos días después. Roberto, todo un caballero y demostrando que aparentemente tenía experiencia en este tipo de acuerdos, ofreció su apartamento de soltero para llevar a cabo nuestro plan.

Llegó el día y Agar no comió nada. Eran las 15:00 y ni siquiera había desayunado. No tenía hambre. No podía pensar en nada más que en lo que iba a ocurrir horas más tarde. Aunque estaba segura de que quería experimentarlo, y aunque contaba con mi consentimiento, dado que fui yo quien lo propuso, y aunque sentía una buena conexión con Roberto, Agar estaba muy nerviosa y estuvo a punto de cancelar la cita en un par de ocasiones.

Agar comenzó a dudar acerca de si, llegado el momento, podría dejarse llevar, y también cuestionaba mi capacidad para controlar los celos u otros sentimientos negativos que pudieran surgir antes, durante o después de intimar con Roberto.

Ante su inseguridad, le dije que podríamos posponer el encuentro para otro día. Le hice saber que si habíamos esperado unos 40 años para vivir una experiencia como esa, podríamos esperar algunos días más, todo el tiempo que fuera necesario, hasta que finalmente se dieran las condiciones adecuadas. Si algo he aprendido en este mundillo, es que las cosas que van a pasar, pasarán tarde o temprano, incluso si las pospones, o si llueve, truena o relampaguea.

Pero Agar se recuperó. Se calmó, bebió mucha agua y luego una copa de vino. Le recordé lo mucho que ambos deseábamos experimentar con otras personas y poco después se vistió como la hotwife que aún no era. Se puso un vestido negro, corto y ajustado a su figura, junto con unas medias que hacían que sus elegantes piernas se vieran aún más espectaculares. Agar lucía estupenda. Y no lo digo porque sea la chica de mi vida, pero es que es una mujer que cualquier hombre quisiera probar al menos una vez en la vida.

A la hora acordada, llegamos al lugar que Roberto nos había indicado: un acogedor apartamento de soltero estratégicamente ubicado en una zona poco concurrida, con una agradable vista al mar. Apenas nos ofreció asiento, Roberto descorchó una botella de vino tinto y otra de vino blanco, además de ofrecernos un par de tapas de jamón y quesos variados.

El ambiente era perfecto. Agar tenía en su mano una copa del elemento que la ayuda a desinhibirse y que nos ha permitido aflorar nuevas sensaciones, mientras que los nervios, a diferencia de las horas previas, no se habían hecho presentes. Eran aproximadamente las 19:00 horas cuando comenzó la conversación entre los tres. Aunque estábamos claros sobre el propósito de nuestra presencia en ese lugar, siempre es agradable crear una atmósfera adecuada antes de empezar. De hecho, Roberto puso la mejor música romántica que tenía mientras nos hablaba de trivialidades que, con honestidad, no recuerdo muy bien.

Al borde de la decepción…

Las horas pasaban sin mucha novedad. La primera botella de vino ya estaba vacía y la segunda seguía el mismo destino. De vez en cuando, Agar me lanzaba miradas cargadas de significado, como si intentara comunicarme algo que ya estaba claro: eran las 23:00 y Roberto parecía no tener fin. La conexión que Agar había sentido dos días atrás se desvanecía rápidamente debido a la falta de determinación de Roberto. Las risas iniciales de Agar se habían transformado en simples sonrisas mientras él continuaba con su monólogo, incapaz de entablar una conversación que la involucrara.

A pesar de su aparente experiencia en este tipo de situaciones, Roberto sólo dejaba al descubierto sus debilidades. Además, parecía estar completamente ajeno a Agar. Comprendo que al principio pueda existir cierta distancia, pero era responsabilidad suya acortarla con el tiempo. Agar habría sido capaz de vaciar las dos botellas ella sola, pero sin una conversación provocativa, algún comentario sugerente o una insinuación directa, como ya había mencionado antes, el elixir no serviría de nada.

En ese momento, me di cuenta de que todos tenemos puntos débiles, especialmente aquellos que carecen de experiencia real o aquellos que afirman tenerla pero en realidad no la poseen. Me resultaba difícil creer que, después de invertir tanto tiempo y esfuerzo en llegar hasta donde habíamos llegado, la experiencia se vendría abajo debido a la pasividad de Roberto.

Muchos chicos solteros piensan que entrar en este tipo de situaciones es simplemente acostarse con mujeres necesitadas, pero nada está más lejos de la realidad. Agar y yo no buscamos compañeros sexuales por necesidad, ni mucho menos porque yo no pueda satisfacerla en todo lo que ella desee. Estamos aquí porque disfruto inexplicablemente viéndola tener relaciones sexuales con otros hombres; me fascina la idea de compartirla como esposa y luego llevarla a casa para terminar la noche con una sesión desenfrenada de sexo en pareja.

Pero Roberto no reaccionaba. Bueno, en realidad, su única reacción fue decir que iba al baño, donde se quedó el tiempo suficiente para que Agar me confesara que había bebido mucho, que no se sentía del todo bien y que, ante la inacción de Roberto, prefería volver a casa. Es muy duro darte cuenta de que, incluso cuando llevas a tu esposa a la cama de otro hombre, ante tus ojos, las cosas no siempre salen como esperas. Un toro debe ser flexible y, además, saber cuándo es el momento adecuado para dar el siguiente paso. El vino había hecho su trabajo, Agar y yo el nuestro, pero el elegido para disfrutar de mi mujer ante mi propia aprobación estaba quedando en deuda.

Cuando Roberto regresó del baño, le pedí un vaso de agua para Agar. Lo acompañé a la cocina y le expliqué que Agar quería marcharse, que no se encontraba del todo bien y que se preguntaba por qué él no había insinuado nada, por qué no había tomado la iniciativa para llevarla a la cama. Roberto se quedó sin palabras, simplemente asintió con la cabeza, reconociendo que había fallado en su misión.

En ese momento, percibí que Roberto se sentía algo intimidado por la situación. No era tanto porque fuera algo nuevo para él, sino más bien por el comportamiento de Agar y el mío. Aunque estábamos simplemente disfrutando del momento sin presiones aparentes, dábamos la impresión de ser una pareja experimentada, a pesar de no serlo.

Sin embargo, yo no quería regresar a casa con las manos vacías, y sabía que Agar tampoco. Para ella, lo peor ya había pasado: los nervios y la angustia. Estaba allí conmigo, lista para dar un paso más en su aventurada vida sexual al ser penetrada por otro hombre frente a mis ojos, y no podía entender cómo, después de cuatro horas de conversación, nada excitante había sucedido.

Decidí que era necesario darle al chico un empujón, una ayuda adicional. Cuando volvimos al sofá, le pregunté a Roberto si sabía bailar, a lo que respondió que no. Esta podría haber sido una oportunidad para que comenzara a mostrar sus habilidades como amante, algo que la mayoría de los hombres solteros presumen con frecuencia. Roberto me estaba desafiando, pero decidí arriesgarme con una última carta, una estrategia que sabía que no fallaría y que también serviría como ejemplo para él, si deseaba tener éxito en el mundo del cuckolding o hotwifing.

Ante su negativa, me acerqué simplemente a Agar para decirle lo hermosa que estaba. Susurré algo en su oído que sabía que la excitaría. Agar se estremeció y buscó mis labios para besarme apasionadamente. Parecía ser el impulso que Roberto necesitaba para activarse.

Pocos segundos después, Roberto se acercó a ella y comenzó a acariciarla. Al notar su presencia, abrí los ojos justo cuando ella también lo hizo, la miré directamente, le sonreí y me aparté para servirme una última copa de vino. Esta copa se convirtió en mi compañera durante las próximas horas, mientras observaba cómo Agar, por primera vez, gemía de placer ante mis propios ojos.

Era asombroso presenciar la transformación de un chico al que por un momento tuvimos que darle un empujón, convirtiéndose en el catalizador que nos permitió abrazar por completo nuestro actual rol como pareja de ciervo y vixen. Su desempeño no solo desató nuevas emociones y pasiones entre nosotros, sino que también redefinió nuestra dinámica, llevándonos a explorar territorios desconocidos de nuestra relación, siempre acompañados por un par de copas de vino.

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